La Crónica latina de los
reyes de Castilla es una historia de los reyes castellanos escrita en
latín durante el reinado de Fernando III, probablemente por el obispo
de Osma Juan de Soria, y que comprende desde la muerte del legendario
conde Fernán González hasta la conquista de Córdoba por aquel rey en
1236. Así relata el cronista los acontecimientos relacionados con la
proclamación de Fernando III como rey de Castilla.
Jugando
el rey Enrique en Palencia según su costumbre con los niños nobles que
le seguían, uno de ellos arrojó una piedra e hirió gravemente al rey en
su cabeza, y de esta herida el rey murió a los pocos días. El conde
Álvaro y los suyos sacaron su cuerpo de Falencia y lo colocaron en una
torre del castillo de Tariego. Así murió el rey Enrique, antes de los
años de la pubertad, en el tercero todavía no completo de su reinado,
en el mes de junio.
Inmediatamente
que la reina doña Berenguela supo la muerte de su hermano, aunque
todavía no había sido divulgada, envió sus mensajeros, nobles y
poderosos, Lope Díaz y Gonzalo Ruiz al rey de León, que entonces estaba
en Toro, para que sacaran de la potestad paterna con cualquier
fingimiento y cualquier trama a su hijo mayor don Fernando, que
entonces estaba con su padre, y lo llevaran a ella, teniendo el
propósito, como se mostró en verdad después de sucedido, de entregar al
hijo mayor el reino de su padre, que pertenecía a la misma reina,
puesto que era mayor en edad que las restantes hermanas y no sobrevivía
ningún hijo varón del rey Alfonso…
Los
nobles antes citados se acercaron al rey de León y encontraron una útil
simulación, por la que se hicieron cumplidores de su encargo, y
condujeron al niño con mucha prisa a su madre, que aún estaba en
Autillo. Útil fue en verdad la simulación para los castellanos, pues si
no se hubiese procedido tan prudentemente quizá hoy no tuvieran rey
propio.
Tras
deliberar, pues, la reina con los magnates, que con ella estaban,
llegaron a Falencia, donde la madre y el hijo fueron recibidos
honoríficamente con una solemne procesión por el obispo don Tello, que
presidía entonces la iglesia palentina. Llegaron después al castillo de
Dueñas y lo tomaron por la fuerza…
La
reina con los suyos llegó a Valladolid, donde fue recibida con honor…
El
conde Álvaro, después que la reina con los suyos se retiró de Dueñas,
se acercó personalmente al rey de León y, prometiéndole muchas cosas
que sin embargo por la gracia de Dios no pudo cumplir, indujo al rey
para que, reuniendo un ejército, entraran en el reino de Castilla y,
puesto que estaba vacante, lo ocupara entero o al menos gran parte de
su territorio.
Los
extremeños, pues, y otros, que se habían reunido apresuradamente fuera
de la puerta de Valladolid en un descampado, llegaron al mercado y
suplicaron a la reina doña Berenguela que se llegara con sus hijos a
ese lugar: tanta en verdad era la multitud de pueblos que no los podía
albergar el palacio del rey. La noble reina con sus hijos Fernando y
Alfonso y con los obispos burgalés y palentino con otros hombres de
religión y con los barones que le eran adictos se presentó en el citado
lugar donde una multitud de gente esperaba su llegada.
Una
de las personas de los pueblos, en nombre de todos que consentían en lo
mismo, reconoció que el reino de Castilla se debía por derecho a la
reina doña Berenguela y que todos la reconocían señora y reina del
reino de Castilla. Sin embargo, todos por unanimidad suplicaron que
cediera el reino, que era suyo por derecho de propiedad, a su hijo
mayor don Fernando, porque siendo ella mujer no podría soportar el peso
del gobierno del reino. Ella, viendo lo que ardientemente había
deseado, accedió gratamente a lo pedido, y concedió el reino al hijo
antes dicho. Todos exclamaron a viva voz: ¡Viva el rey!