Alfonso VI era
hijo de Fernando I, de quién heredó el reino de León en 1065. Derrotado
por su hermano Sancho II, rey de Castilla, en Llantada en 1068 y
Golpejera en 1072, tuvo que ir al exilio. Sin embargo, ese mismo año,
Sancho II morirá asesinado en Zamora por Bellido Dolfos, y el reino de
Castilla pasará a Alfonso VI. Detrás de estos hechos está la famosa
Jura de Santa Gadea, en la que el Cid le hace jurar que no ha
participado en el asesinato de Sancho II.
Por
otro lado, existía otro hermano, García I, rey de Galicia, que en 1072
había sido destronado por Sancho II y Alfonso VI, pero el rey Alfonso,
lo mantuvo encarcelado hasta su muerte, impidiendo que reclamase sus
derechos dinásticos.
La gran hazaña de
Alfonso VI fue la conquista del reino de Toledo en 1085, ya que suponía
reconquistar la antigua capital del reino visigodo, alimentando el mito
de la reconquista. Los almorávides, llegados de África en auxilio de
las taifas, consiguieron derrotar a Alfonso VI en la batalla de
Sagrajas en 1086, iniciándose una cierta decadencia del reino
castellano, a pesar de la conquista de Valencia por el Cid en 1094. Los
almorávides derrotaron nuevamente a Alfonso VI en Consuegra (1097) y en
Uclés (1108), lo que supuso importantes pédidas territoriales
importantes y la muerte del heredero, Sancho.
En
el año 1109 muere Alfonso VI, dejando el reino en un clima de
inestabilidad, acosado por los almorávides. El reino pasará a manos de
su hija Urraca casada en segundas nupcias con Alfonso I, rey de Aragón
y Navarra.